Un montón de libros, cada uno más grande que el anterior. Y una única sensación, desesperación. Ni la más grande de las evidencias te hace ver el lado positivo de todo aquello. Sólo los que están en tu misma situación saben lo que te pasa. En la cabeza miles de ideas alocadas. Cualquiera de ellas sirve con tal de escapar. Escapar para poder probar aquello que tanto deseas. Y aunque al principio estés desorientado y se te olviden todas las razones por las que decidiste empezar de cero te darás cuenta de que ha merecido la pena. La distracción es el único recurso para evadirse.
Dan igual noches en vela. Verse chiquitito en esa gran ciudad. Estar a kilómetros de distancia de la pequeña península que te ha visto crecer. Pasar horas y horas dependiendo de un teléfono para que cuando vuelvas todo siga igual. Todo vale para que la desesperación se convierta en ilusión. Para que los malos ratos sean ahora buenos. Para ver recompensado tanto esfuerzo.
Puede que las personas que más tienen que entenderte no lo hagan. Ningún argumento les parece válido. Quizás sus propuestas sean menos descabelladas, pero no por ello son mejores. No razonan, o lo que es peor, no quieren razonar. Lo ven como un capricho. Sueñas con que cualquier día se despierten con una dosis extra de comprensión. Y como esto no sucede te toca enfretanter a ellos. Ser egoista, pensar solo en tí. Vuelven los lloros, también los gritos y los portazos. Los días de silencio se convierten en semanas. Entre discusión y discusión los reproches y las odiosas comparaciones.

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