viernes, 25 de noviembre de 2011

ALGÚN DÍA

 Un vuelo a Madrid, puede que a Barcelona, a primera hora de la mañana. Y luego tendremos que esperar hasta el último vuelo de la noche para llegar a nuestro destino. Horas muertas en grandes aeropuertos. Leer revistas, explorar esos lugares, dormir en el suelo, escuchar música, y compartir alguna anécdota que probablemente ya hayamos escuchado.

 Y entonces nos meteremos en un metro de madrugada. Dirección: el hostal más cutre en el centro de la ciudad más chic. Una vez más la aventura ha comenzado. Esta gente refinada nos mira raro, unas jovencitas que apenas pronuncia Salut! correctamente vagan por esas majestuosas calles con unas maletas llenas de ropa y accesorios apretujados.
No hay tiempo para dormir, hay muchos planes que hacer. Nos hemos aprendido de memoria las guias para turistas, sabemos que días son gratis los museos, cuales son los restaurantes más famosos y también cuales son los más baratos. Caos milimetrado. Un mapa lleno de círculos, estos son los sitios a los que iremos. Notre-Dame, Garnier, Orsay, Eiffel... Es tiempo de café y croissants en el cesped de un parque. Y luego nos probaremos ropa en una de esas tiendas vintage que están tan de moda. Postales para todos.

Habrá una noche en la que no podremos dormir. Somos niñas y estamos impacientes. Madrugamos y desayunamos un vaso de leche caliente con cereales. Mickey Mouse nos está esperando, hay un palacio enorme y suena la música de nuestras pelis favoritas. Ya no vamos a crecer, porque estamos en Nunca Jamás.  Compraremos peluches, pajitas retorcidas, llaveros y sudaderas que nos hagan recordar esto toda la vida.

Y tenemos que volver. Camiseta de rayas y boina, como esos bohemios que recitan poesía. Contaremos el viaje a todo el mundo. Pero lo que lo hemos disfrutado, su esencia, nos lo gaurdamos para nosotras. Lo escribiremos en un diario. Y firmaremos, A.

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